Si miramos hacia atrás, el punto de inflexión en este sector (y en muchos otros) está marcado seguramente por la Revolución Industrial. Con su llegada se desarrolló la colectivización con agrupaciones y asociaciones mineras como los sindicatos. Las condiciones, en la mayoría de trabajos, eran ciertamente precarias en aquella época. En la actividad minera, se “carecía de expectativas laborales, garantizaba en poco tiempo el agotamiento físico, un rápido deterioro orgánico por la deficiente iluminación y la permanente inhalación de partículas de polvo; y, con excesiva frecuencia, no ofrecía más horizonte que la sombría amenaza del accidente mortal”, explica Ramón García Piñeiro en su publicación La minería del carbón en Asturias: un siglo de relaciones laborales.

Al ser un trabajo tan duro llevó a que los mineros protagonizaran las reivindicaciones y diferentes luchas sociales y laborales. Si bien es cierto que la revolución industrial llegó a España con menos fuerza que a otros países de nuestro entorno, los avances sociales sí que se lograron, en especial, gracias al esfuerzo de la clase obrera liderada por los mineros. Las reducciones de las jornadas laborales eternas, vacaciones pagadas, seguros médicos, equipamiento de trabajo digno, salario mínimo, excluir a menores de la población activa… son algunos de los muchos logros que se alcanzaron gracias a la lucha obrera liderada en muchos casos por los mineros.
El desarrollo de explotaciones mineras, además de progresar y consolidar derechos laborales, ha sido y será una fuente de empleo y riqueza. El caso asturiano es realmente significativo: desde que comenzó el cierre de explotaciones la población ha experimentado una regresión exponencial. De hecho, solo Asturias, Extremadura y Castilla y León tienen saldo poblacional negativo desde 1971, a pesar de que la cifra de habitantes en España no ha parado de crecer. Evidentemente, la minería no es la única razón de este despoblamiento, sin embargo, esa tendencia se incrementó en Asturias desde los años 90, cuando los planes del carbón se llevaron 25.000 millones de fondos públicos a partir de 1990 para el cierre de minas, según cifras del Ministerio de Industria.
Más allá de los ejemplos diacrónicos sobre el decrecimiento poblacional rural y en zonas mineras, puede observarse desde la óptica contraria: la creación de minas como generación de empleo, riqueza, comercio, servicios sociales… Una industria tan grande como la minería, cuando se implanta en un territorio genera gran cantidad de empleos directos e indirectos. Y es que no solo se necesitan las industrias suministradoras y comercializadoras de la mina (como transporte, transformación, maquinaria etc.), sino que también es necesaria la construcción de viviendas, escuelas, centros de salud, infraestructuras… Es una oportunidad para frenar el éxodo y abandono rural y recuperar los trabajos, las comunicaciones y el verdadero estado de bienestar para el interior asturiano.

Dentro de las potencialidades que existen en Asturias para la mejora socioeconómica de sus habitantes gracias a la minería, son los ayuntamientos costeros los mejor posicionados para acoger actividades industriales, hasta el momento las verdaderas “locomotoras” de la comarca. Las aceptables conexiones digitales facilitan las actividades administrativas y la monitorización de los procesos productivos; las buenas infraestructuras de comunicación permiten no sólo una rápida salida a los mercados, también una gestión ágil y precisa de suministros y servicios complementarios; la preexistencia de suelo industrial facilita el crecimiento y asentamiento de nuevas empresas auxiliares; los servicios y equipamientos actuales son fundamentales para la actividad y para los trabajadores que fijen su residencia en la comarca.
Por ello, el establecimiento de una actividad de tipo minero industrial en el área costera – siempre que respete de forma rigurosa la normativa ambiental- podría ayudar de manera clara en la fijación de población y en la mejora de condiciones de vida de sus habitantes.